La canción más grande del planeta

Sebastián Verea
4 min readOct 29, 2019
Imagen de la caverna en el Peak District, Castelton, Reino Unido.

Descender en el tiempo

Mientras descendía en una caverna del período Carbonífero me detuve a mirar y tocar una capa de arcilla en una de las paredes y me pregunté a cuántos millones de años de profundidad me encontraba.

Estimé, seguramente mal, que si estábamos por descender hasta un lugar de 359 millones de años, quizás el punto en el que yo me detuve eran justamente 65 millones, y que la capa de arcilla que estaba acariciando era el registro del impacto del asteroide que, en el período Cretácico, terminó con los dinosaurios.

A medida que descendíamos por la caverna retrocedíamos en el tiempo. Esas capas en las paredes de piedra son el testimonio de las épocas geológicas. Como si se tratase de un disco de vinilo de proporciones titánicas, la Tierra tiene grabada su historia en los registros estratigráficos.

Atrapar el tiempo

Registrar un sonido es capturar el tiempo. Somos privilegiados por poder retener las efímeras vibraciones del aire y volver a escuchar una voz o una canción. El primer dispositivo capaz de registrar y reproducir sonido fue el cilindro de cera. El sonido quedaba registrado sobre el cilindro en forma de surcos. El procedimiento era muy sencillo, pero no por eso poco genial. Si el sonido es la perturbación del medio -en este caso el aire-, un cono captura esas vibraciones y las traslada hasta la aguja que, al moverse, las graba en el cilindro, formando los surcos que son una representación física del sonido.

El mismo principio es el que utiliza la tecnología de los discos de vinilo, sólo que los surcos y las púas son mucho más chicos y, por lo tanto, precisos. Las vibraciones de las agujas en las bandejas de vinilo son amplificadas por un circuito electromagnético que hace que se transmita, en forma de electricidad, la información a los parlantes. Así es como podemos escuchar fuerte y claro lo que está grabado en esos surcos. Habrán notado que es posible escuchar la música acercando la oreja a la púa mientras el disco gira aunque el amplificador esté apagado. La música está ahí, en los surcos, como la historia del planeta grabada en la piedra.

Los surcos -en un disco de vinilo o en un cilindro de cera- son un registro del movimiento, una memoria material del tiempo.

El tiempo profundo

La naturaleza, en escalas mucho mayores de tiempo y distancias, hace lo propio con la historia geológica del planeta. Los surcos, en el caso de la Tierra, son capas geológicas que, de acuerdo a evidencia, la Comisión Internacional de Estratigrafía marca y data según el estado de varios tipos de indicadores, con clavos dorados en la piedra.

Un clavo dorado marcando el Toarciano -última edad y piso del Jurásico Inferior, primera época del período Jurásico.
Un clavo dorado marcando el Toarciano -última edad y piso del Jurásico Inferior, primera época del período Jurásico.

El tiempo graba, con el correr de los milenios, el disco más grande del planeta, un registro hecho de piedra y fósiles que contiene la historia de todo lo que alguna vez fue la Tierra y las especies que la habitaron.

En esa canción de épocas, una capa de arcilla de apenas unos pocos milímetros que contiene cantidades de iridio muy por encima de lo normal, es la que nos permitió entender cómo pudieron extinguirse los dinosaurios hace 65 millones de años. Resulta que el iridio es un material que está presente en los asteroides, y el impacto del que extinguió a los dinosaurios dejó, en esa capa de arcilla, la evidencia de lo que sucedió.

La capa de arcilla que yo miraba con atención separaba dos masas de roca que se extendían indefinidamente hacia arriba y abajo. Hacia abajo, el tiempo seguía descendiendo hasta el momento de la formación de nuestro planeta, aproximadamente hace 4543 millones de años. Hacia arriba, toda la vida hasta hoy. La capa de arcilla, de unos pocos milímetros de espesor, era el testimonio de cataclismo que resultó en un evento de extinción masivo.

La canción de la Tierra

Si un geólogo, en un futuro muy lejano, quisiera leer en los registros estratigráficos la canción de toda actividad humana, también debería concentrarse en una capa en la que estarán condensadas todas nuestras ciudades, autopistas, deshechos tecnológicos, fósiles y sueños -todo aquello que estamos incorporando en depósitos que serán esos futuros registros geológicos.

Un disco de vinilo almacena aproximadamente 22 minutos de música por lado. Si grabáramos la historia del planeta en uno de esos lados, el homo sapiens aparecería en los últimos 86 milisegundos, pero los años en los que verdaderamente cambiamos para siempre la canción de la Tierra -desde la revolución industrial hasta hoy-, estarían en los 0,072 milisegundos finales-en realidad una fracción de tiempo imperceptible para quien escuche el disco. Esos 0,072 milisegundos -0,02 milímetros de surco en el disco-, sin embargo, quizás puedan ser leídos como un evento de extinción.

Descender en el tiempo por una caverna y ser testigo de cómo es posible que un evento de extinción masiva deja apenas un registro de pocos milímetros en la piedra infinita es una posibilidad para entender la desproporción de ser una especie que, en la canción de la Tierra, apareció en una fracción muy pequeña del último segundo y logró cambiar la canción para siempre.

Estamos grabando esa canción hoy, y el lado B del disco puede no tener registro de nuestra existencia, pero tampoco será el mismo sin nuestros pasos. Quizás alguien piense, en millones de años, mientras acaricia una fina capa de arcilla en la piedra “esta fue la época de la humanidad”.

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Sebastián Verea

Compositor / En este espacio reflexiono sobre sonido, música y sentido.