El sonido azul de la distancia

Sebastián Verea
8 min readMar 4, 2019
Imagen de la portada del álbum “Space Oddity”, de David Bowie.

Una ecuación sencilla que yace detrás de todo el imaginario sobre la condición humana –desde “Space Oddity” de David Bowie hasta “Un Punto Azul Pálido” de Carlo Sagan- ha delineado la forma en la que nos relacionamos con la distancia, la nostalgia y el anhelo. Nos dio la posibilidad de pensarnos como seres pequeños observando nuestro lugar en el universo, y también una sensación de maravilla y cierta perspectiva que debería hacernos sentir privilegiados y a la vez responsables por nuestras acciones.

En A Field Guide to Getting Lost, Rebecca Solnit despliega una narrativa sensible y conceptual sobre nuestra relación con la distancia a través de los capítulos que titula The blue of Distance, reflexionando sobre la niñez, el paisaje, el deseo, el tiempo, la pintura, e inclusive la música country.

“Tratamos el deseo como un problema a ser resuelto (…) nos enfocamos en ese objeto y en cómo adquirirlo más que en la naturaleza y la sensación del deseo mismo, pese a que normalmente es la distancia entre nosotros y el objeto de deseo lo que llena el espacio con el azul del anhelo. Me pregunto a veces si con un pequeño ajuste en la perspectiva ese espacio podría ser apreciado como una sensación en sus propios términos, dado que es tan inherente a la condición humana como el azul a la distancia.”

Solnit utiliza la imaginería del azul como el color de la distancia, que en nuestro sistema simbólico es, además de un color, una nota perdida en la escala musical occidental, un género musical y un sentimiento.

El fenómeno físico, conocido como dispersión de Rayleigh, describe cómo la luz, al encontrarse con partículas con un tamaño menor a su longitud de onda, es desviada. Dado que los diferentes colores del espectro lumínico tienen diferentes longitudes de onda, algunos de ellos se desvían más fácilmente que otros. La potencia de dispersión de los colores del espectro -cuando hay dispersión de Rayleigh- es inversamente proporcional a su longitud de onda (expresada con la letra griega lambda) elevada a la cuarta potencia:

Como la luz azul tiene una longitud de onda 1,5 veces menor que la luz roja tiene, con respecto a esta última, cinco veces más probabilidades de dispersarse. Los objetos distantes se ven más azules para un observador porque entre él y los más cercanos existen menos cantidad de partículas en las cuales la luz pueda dispersarse y, por lo tanto, recibimos de estos últimos un espectro lumínico más completo.

El azul no es sólo el color de la distancia, y la dispersión de Rayleigh no es el único fenómeno que nos hace asociar la distancia –y el anhelo- con el azul –y el blues. Solnit se refiere al azul como “el color del lugar en el que no estás”.

El sonido se comporta de forma análoga cuando viaja por el aire, dado que las frecuencias más altas decaen más rápido que las bajas. Para nuestro sistema sensorial, un sonido es percibido como más lejano cuando pierde esas frecuencias.

El hecho de que las grabaciones viejas suenen con menos definición en las frecuencias agudas no tiene que ver con este fenómeno, sino más bien con la evolución de las tecnologías de grabación. Es la tecnología la que, en este caso, agrega una capa de sentido a la poética de la nostalgia. Piensen en la voz de Billie Holiday. Las grabaciones de sonido fueron el primer gran acto tecnológico de desacoplamiento, pues separaron la voz de la persona, y la tecnología actuó mediando en el tiempo y en el espacio. Lo que queda es un registro de lo que fue y nunca volverá a ser.

Julio Cortázar lo expresa muy bien este desacoplamiento –y trata de sortearlo- en la introducción a la lectura de sus textos grabados:

“…quisiera sentirme un poco como si estuviera en la misma habitación donde usted oye ahora este disco. Y cuando digo “usted”, usted no existe para mí, y sin embargo, ¡vaya si existe!, porque usted y yo somos… somos este encuentro de tiempos y espacios distintos, una anulación de esos tiempos y esos espacios, y eso sí es una palabra en poesía.”

Si pudiéramos restaurar una grabación de Billie Holiday y agregar aquellas frecuencias que no fueron captadas en la grabación original en su momento –habría que fabricarlas-, su voz seguiría siendo única, pero la supresión de esa distancia imaginaria en el tiempo la haría más disponible y más contemporánea. En definitiva, la acercaría a nosotros y perderíamos el azul de la distancia.

“Más azul es la luz si me alejo”, canta Gustavo Cerati en “Fuerza Natural”, y lo hace también en una melodía descendente. Cerati ya había hecho referencia, antes, a otro fenómeno físico igualmente aplicable a la luz y el sonido: el efecto Doppler. “Oye la frecuencia decaer cada vez que me dejas”, cantaba en la canción titulada, precisamente, “Efeceto Doppler”. El fenómeno se refiere al cambio aparente en la longitud de onda –de la luz o del sonido- producido por el movimiento relativo entre la fuente y el observador. Un objeto que emite luz se ve más rojo si se aleja, mientras que se ve más azul si se acerca.

Alex Ross dedica el segundo capítulo de Escucha Esto a una línea melódica de bajo descendente que rastrea en la historia de la música, desde la chacona -una danza originalmente americana del siglo XIV- hasta el blues. Esta línea melódica descendente está asociada con la nostalgia, la melancolía y la tristeza –a pesar de que la chacona era originalmente una danza alegre y satírica, luego prohibida por la iglesia católica y resignificada por los compositores europeos, desde Bach a los Beatles. Imaginen todas las canciones basadas en esa línea melódica descendente. Hay, inclusive, una lista de reproducción en Spotify que contiene todos los ejemplos que Ross usa en ese capítulo: https://open.spotify.com/playlist/6RJbwVxaeNucpldMVtmhsN

La asociación de la línea melódica descendente con la melancolía o la tristeza, posiblemente esté enraizada en el sonido del llanto y el lamento humano. Las notas contenidas en esa línea de bajo de la chacona y el blues son parte de la serie armónica natural, un fenómeno estudiado por los pitagóricos que explica por qué, cuando hacemos vibrar una cuerda dividiéndola en fracciones, ciertos sonidos nos resultan consonantes y otros no. La serie armónica natural es el fenómeno del cual deriva nuestro sistema musical actual. De hecho, esa serie se puede describir con una fórmula simple. Si quieren dividir una cuerda en fracciones que suenen consonantes, sólo tienen que utilizarla:

Al alejarse, o simplemente al estar lejos, las cosas se ven más azules o su sonido se desplaza hacia frecuencias más bajas y pierde también las más altas. Esa es la forma física en la que nos relacionamos con “el lugar en el que no estamos”. La forma física del anhelo. Pero, como subraya Solnit, no es el objeto de nuestro deseo sino el deseo mismo al que deberíamos prestar atención, pues es posible que sea parte nuestra condición humana. Somos seres hechos de nostalgia y deseo, y tal vez sea ese nuestro principal motor.

Mientras la sonda Voyager I había pasado ya la órbita de Saturno, Carl Sagan convenció a la administración de la Nasa para apuntar su cámara hacia la Tierra y tomar una última foto de nuestro planeta desde una distancia de 6400 millones de kilómetros. La Tierra aparece, en esa foto del 14 de febrero de 1990, como un punto azul pálido flotando en un rayo de luz. Un débil vagabundo apenas visible a la distancia, rodeado de regiones inconmensurables de espacio vacío. En una poética declaración de humildad y prodigio, Sagan escribió su texto “Un punto azul pálido”, que empieza así “Miren de nuevo ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros.”

En esa declaración, quizás un punto de inflexión en la historia de la perspectiva y el desacoplamiento, “el lugar en el que no estamos” es a la vez el lugar en el que estamos. ¿Qué sucede, entonces, cuando podemos vernos desde la distancia? ¿Qué se pone en juego en ese desacoplamiento? ¿Qué significa sentir nostalgia de nosotros mismos?

David Bowie, en “Space Oddity” (1969), pone en palabras de Major Tom mientras se aleja de nuestro planeta, la frase “Planet Earth is blue, and there’s nothing I can do” (“El planeta Tierra es azul, y no hay nada que pueda hacer al respecto.”) En la canción de Bowie, es una declaración de humildad y entrega, un llamado de atención hacia el destino de la humanidad perdida en sí misma, en la voz de Major Tom, un adicto que ya no puede regresar a ser quien era. No sorprende que esos versos estén cantados sobre una línea de bajo descendente, heredada de la chacona, el lamento y el blues.

Somos exploradores habitando un punto azul pálido en un universo en expansión, en el que las distancias entre los objetos crecen mientras la luz se desplaza hacia el azul. Por milenios contemplamos la distancia, maravillándonos con el cielo, el mar y las montañas distantes, mientras cantamos nuestra nostalgia con las notas primitivas de la serie armónica natural. Desacoplarnos de nosotros mismos nos convierte en “el lugar en el que no estamos”.

Nuestro planeta se ve azul desde el espacio. La luz que refleja es dispersada por la atmósfera y, ese es el color que prevalece. Desde 6400 millones de kilómetros de distancia no sólo se ve azul, sino que también se ve desvanecido. Eso es, en las palabras finales del texto de Sagan “El único hogar que hemos conocimos”.

La distancia opera como el deseo, y la distancia de nosotros mismos se convierte en el deseo de alcanzarnos. No importa si se trata de la luz que se dispersa o del sonido que se debilita, lo que realmente añoramos es a una versión de nosotros mismos que perdimos en el tiempo. Tanto si añoramos el pasado o deseamos el futuro, es la distancia que separa el presente de ambos la que se convierte en motor de nuestra acción: el azul de la distancia por sí mismo.

Estamos hechos de esa nostalgia –de tiempo y espacio- que es nuestro deseo de ser mejores. El planeta Tierra es azul y quizás, después de todo, haya algo que podamos hacer al respecto.

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Sebastián Verea

Compositor / En este espacio reflexiono sobre sonido, música y sentido.