El ruido de la sexta extinción

Sebastián Verea
4 min readAug 11, 2018

En 1958, Olga Wens Huckins le escribió una carta a su amiga Rachel Carson, en la que describía cómo el ‘pequeño santuario de aves’ de su propiedad disminuía a causa de la muerte de muchos pájaros por las fumigaciones con DDT. Carson reconoce la influencia de esa carta para finalmente escribir el libro que popularizó la problemática del impacto ambiental por el uso de pesticidas. La Primavera Silenciosa es uno de los libros de divulgación científica más importantes de todos los tiempos. El título funciona como metáfora de la muerte -el silencio que los pájaros dejan al desaparecer-.

Sobre el ‘big bang’, Frances Dyson escribió en The Tone of Our Times, que se convirtió -como metáfora sonora y como voz- en el grito de guerra de la modernidad para decir ‘Dios ha muerto’.

En la literatura -tanto en la ficción como en la no ficción- el sonido y el silencio funcionaron siempre como metáforas del poder, de la vida y de la muerte. Metáforas de lo que está y de lo que deja de estar. Pero quizás es nuestra propia finitud -como individuos y como especie- que nos hace pensar de ese modo.

La primera página de un reporte sobre la producción de municiones encargado por el secretario de guerra de los Estados Unidos -disponible en el archivo público del proyecto Gutenberg-, es la imagen de un film de celuloide en el que se grabó el sonido del final de la Primera Guerra Mundial. La imagen es el producto de un sistema utilizado para determinar la posición de armas enemigas basado en el sonido de esas armas capturado por diferentes micrófonos -una descripción más detallada de ese sistema puede encontrarse en el mismo reporte-.

El 11 de septiembre de 1918, exactamente a las 11:00 AM, las ondas sonoras que un segundo antes se agitaban en el celuloide, se desvanecen abruptamente. La imagen es más que elocuente, y lleva el siguiente encabezado:

“Frontispicio. ‘El final de la guerra’. Un registro gráfico.
11 de Noviembre, 1918, 11 A.M.
Un minuto antes de la hora. Todas las armas disparando. Un minuto después de la hora. Todas las armas en silencio”

Imagen del celuloide utilizado en el sistema de localización de armas enemigas. Sobre el celuloide pueden leerse el título y las leyendas.

Si asistimos a un momento en el que el ruido cesa, eventualmente nos acostumbramos al silencio y perdemos el sentido de su presencia y su significado. En las sociedades que viven en estado de paz, el silencio de las armas no es una presencia sino la normalidad. Pero en la imagen, los momentos caracterizados como ‘todas las armas disparando’ y ‘todas las armas en silencio’ están capturados y representados juntos y para siempre. La imagen representa el tiempo en forma lineal pero también escapa a los efectos de la percepción lineal del tiempo conjugando en una misma imagen la guerra y la paz -dos momentos diferentes- en un sólo, indivisible e inalterable cuadro.

De nuevo somos testigos de la fuerza evocativa de los conceptos de sonido y silencio como estado de las cosas. El poder del sonido, como el poder de aquellos que tienen permiso para generarlo -en las guerras, en los conciertos, en los discursos públicos, en la industria, en los medios y en la naturaleza-, tiene orígenes en tiempos prehistóricos. Iégor Raznikoff concluye, en un estudio revelador, que las pinturas en las cavernas paleolíticas están ubicadas en los puntos más reverberantes del espacio. Eso sugiere que los lugares que los hombres elegían para expresarse visualmente eran los más aptos para expresarse acústicamente, amplificando su voz y cualquier sonido que pudieran emitir.

La historia profunda de la relación del hombre con el sonido puede rastrearse en los espacios destinados a la meditación, la contemplación, la liturgia y la expresión. Ramón Andrés lo expresa con claridad en una de sus lúcidas reflexiones al respecto del estudio de Raznikoff:

“Es notorio que esta correlación entre el signo y los fenómenos acústicos, que en el tiempo puede remontarse a unos cien mil años, aconteciera en la más rigurosa oscuridad”.[ii]

Es también en la oscuridad donde David Toop nos piensa como ‘oyentes furtivos’, como seres que aún no conocen el mundo pero acceden a él escuchando sus sonidos desde el vientre materno.

Pero el hombre es un participante tardío en el ruido del mundo. Una especie que capitalizó, significó y abusó del poder de hacer ruido. La poesía de la Tierra, escribió John Keats, nunca cesa. Sin embargo, somos nosotros quienes dejamos de escucharla. Sobre nuestra sensibilidad, Mary Anne Evans (con el alias de George Elliot) escribió uno de los pasajes más hermosos en Middlemarch:

Si tuviéramos una visión lo suficientemente aguda de la vida humana ordinaria, sería como escuchar el pasto crecer y el corazón de las ardillas latir, y moriríamos por el rugido que yace al otro lado del silencio…”

Murray Schafer diferenció entre paisajes sonoros de alta fidelidad -aquellos en los que oiríamos la hierba crecer- y los de baja fidelidad -aquellos en los que, por el nivel de ruido, no podemos distinguir claramente todo lo que sucede-.

La historia del planeta es una danza de sonidos y silencios, asentamientos y extinciones, primaveras silenciosas, oyentes furtivos en la oscuridad, grillos y saltamontes, guerras y períodos de paz, hierbas creciendo y ecos de un estado del Universo lejano en el espacio y el tiempo.

Pertenecemos al quinto asentamiento de especies en este planeta y estamos escuchando el ruido de la sexta extinción. Es nuestro el privilegio de ser testigos del sonido del mundo, pero olvidamos que no nos pertenece y que, cuando ya no haya nadie para recordar nuestra voz, la poesía del mundo va a seguir sonando.

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Sebastián Verea

Compositor / En este espacio reflexiono sobre sonido, música y sentido.