El Gran Silencio

Sebastián Verea
6 min readJan 27, 2021
Foto: Archivo de http://naic.edu/

El 1 de diciembre de 2020, en uno de los últimos gestos dramáticos de ese año, el radiotelescopio de Arecibo -una estructura de 900 toneladas suspendida a 150 metros de altura sobre un disco de paneles de aluminio- colapsó en medio de la selva en Puerto Rico.

Los videos del colapso no tardaron en circular por Internet, pero al sensacionalismo del evento -los cables de acero cediendo, la estructura cayendo, el estruendo- le siguió no sólo el silencio del estupor, sino la pérdida irreparable de uno de nuestros oídos puestos en el Universo.

“Los humanos usan Arecibo para buscar inteligencia extraterrestre. Su deseo de hacer alguna conexión es tan grande que crearon un oído capaz de escuchar a través del Universo”. Así empieza The Great Silence, una reflexión que Ted Chiang hace sobre la humanidad, en forma de cuento narrado por uno de los loros que habitan los alrededores del observatorio.

“Cuando Arecibo no está escuchando alguna otra cosa, escucha el sonido de la creación”, escribe Chiang. Es que la luz de la explosión que dio origen al Universo -el nacimiento mismo del espacio y del tiempo conocido como Big Bang-, aún llega hasta nosotros en forma de microondas. Esa señal está distribuida uniformemente y nos llega desde todos lados, no importa hacia dónde apuntemos nuestros instrumentos. Por eso se la conoce como “radiación cósmica de fondo”.

1965. el radiotelescipio de Arecibo muestra que Mercurio rota sobre su eje cada 59 días, y no cada 88 como se creía. Pero cuando Arecibo no está escuchando alguna otra cosa, escucha el sonido de la creación.

El radiotelescopio de Arecibo formó parte del programa SETI (Search for Extra Terrestrial Intelligence), que busca señales de vida inteligente fuera de la Tierra. Jill Tarter -una de las fundadoras del programa en 1985- reveló, en una entrevista, que todo lo que buscamos hasta ahora equivale a tomar como muestra del mar un vaso de agua. Pero no sólo escuchamos atentos esperando señales. También enviamos mensajes, como mensajes en botellas arrojadas a ese mar.

1974. Arecibo transmite el primer mensaje destinado a civilizaciones extraterrestres. Pero cuando Arecibo no está escuchando alguna otra cosa, escucha el sonido de la creación.

El sonido de la creación, la radiación cósmica de fondo, se transforma en el piso de silencio a partir del cual todas las otras señales son leídas. Detrás de ese ruido no puede haber nada, porque detrás de ese ruido no existe ya el tiempo, y todo nuestro mapa de silencios es, en definitiva, un mapa de ese momento, un lienzo sobre el que dibujamos la terra cognita del Universo.

Sobre el Big Bang, Frances Dyson -profesora de Cine y estudios Tecnoculturales de la Universidad de California- subrayó que se había convertido en el grito de guerra del siglo XX para decir que Dios estaba muerto. La teoría más plausible sobre el origen del Universo ahora era esa gran explosión, de la que aún oímos el eco.

1992. Arecibo descubre el primer exoplaneta orbitando alrededor de un púlsar. Pero cuando Arecibo no está escuchando alguna otra cosa, escucha el sonido de la creación.

Desde entonces y hasta hoy hemos encontrado 4331 exoplanetas, muchos orbitando alrededor de sus estrellas en las llamadas zonas habitables -con potencial para albergar vida.

El primer púlsar lo descubrió en Jocelyn Bell Burnell -una astrofísica irlandesa- en 1967. Los púlsares son estrellas que agotaron su combustible y, luego de explotar en supernovas, se transformaron en pequeños objetos súper densos que giran a gran velocidad y a intervalos muy regulares, emitiendo haces de luz. Se los conoce como estrellas de neutrones, y son los faros que pueden guiarnos a en un viaje por el Universo.

La banda inglesa Joy Division usó imágenes de los pulsos de radio de ese púlsar para la tapa de su álbum debut, Unknown Pleasures. El pulso que se escucha en el video de Four out of Five de Arctic Monkeys también está basado en los pulsos del C1919 -que se repiten cada 1.3373 segundos.

2008. Arecibo encuentra los ingredientes necesarios para la formación de vida en una galaxia a 250 años luz de la Tierra. Pero cuando Arecibo no está escuchando alguna otra cosa, escucha el sonido de la creación.

Sobran las razones para pensar que no estamos solos en el Universo, y son muchos los esfuerzos que hacemos por detectar señales de otras civilizaciones. El silencio que siguió al colapso del radiotelescopio de Arecibo es más grande de lo que parece.

El silencio puede funcionar como un gran compás de espera, o como una metáfora de la vida y la muerte cuando las especies desaparecen y con ellas desaparecen sus sonidos y sus lenguajes. Las ruinas de las civilizaciones son un testimonio, una memoria artificial de su grandeza, sus sueños y sus aspiraciones.

En 2017 se detectó el primer objeto interestelar que visitó nuestro sistema solar. Lo llamaron Oumuamua -en hawaiano, explorador-. El objeto ya está fuera de nuestro alcance observacional, pero su paso dejó muchas dudas. Entre ellas, una aceleración en su trayectoria que no se ha podido explicar, su forma tan particular y las variaciones en su luminosidad. El astrofísico Avi Loeb insiste en que podría tratarse de los restos de un artefacto de otra civilización cruzando el espacio interestelar. Sobre Oumuamua, nunca lo sabremos.

El 25 de agosto de 2012, la sonda Voyager 1 cruzó oficialmente la heliopausa -la zona en la que los vientos solares dan paso a los vientos interestelares. Aún dentro de nuestro sistema Solar, es uno de los objetos humanos que más lejos está de la Tierra -ahora a unos 22800 millones de kilómetros- . Lleva consigo un disco de oro con grabaciones de sonidos humanos, música y datos sobre nuestra civilización. Un mensaje en una botella arrojado al vasto océano interestelar, ese del que solo tomamos como muestra un vaso.

Uno de los últimos gestos dramáticos del 2020 silenció también gran parte de nuestros esfuerzos por escuchar el Universo, pero a nuestro alrededor, muchas especies están desapareciendo sin dejar rastros ni tecnofósiles. Los colapsos -de las grandes estructuras, de las civilizaciones- están signados por grandes gestos, a los que les sucede el gran silencio.

En uno de los párrafos finales de El Gran Silencio, Ted Chiang escribe:

“La actividad humana está llevando a mi especie al borde de la extinción, pero no los culpo (…) no estaban prestando atención. Y los humanos crean mitos tan hermosos, ¡qué imaginación tienen! Tal vez por eso sus aspiraciones son tan inmensas. Miren a Arecibo. Cualquier especie capaz de construir algo así debe tener grandeza. Mi especie quizás no sobreviva por mucho tiempo, es posible nos unamos antes de lo previsto al Gran Silencio.”

En aproximadamente veinte días, la rover Perseverance va a descender sobre la superficie de Marte. Entre todos sus equipos, lleva dos micrófonos. Perseverance puede realizar escuchas de tres minutos y medio en las que va a grabar -y mandar a casa- sonidos de los granos de arena desplazándose sobre la superficie de Marte, el viento soplando y “los aullidos graves de los demonios de polvo pasando por al lado”.

La señal que el radiotelescopio de Arecibo envió al espacio en 1974, está ahora a 46 años luz de nuestro planeta. Nuestros artefactos, nuestros oídos en el universo, nuestros mensajes en botellas lanzados al mar electromagnético, son inmensas catedrales, testimonio de nuestras aspiraciones. Algunas pueden colapsar y unirse al gran silencio, o continuar viajando por el espacio y visitar sistemas planetarios lejanos en cientos de miles de años, intrigando a sus astrónomos o pasando inadvertidas. Algunas quizás sigan enviando señales a casa, aún cuando no haya nadie para escucharlas.

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Sebastián Verea

Compositor / En este espacio reflexiono sobre sonido, música y sentido.